No voy a mentir: este viaje no estaba planeado para que fuera así. Cuando surgió, sentí un miedo terrible. No era solo por estar sola, sino porque eran cinco días completos! (de lunes a viernes). Aunque ya había hecho turismo sola antes, esto era un nivel totalmente diferente.
Finalmente, decidí hacerlo. Perder una semana de vacaciones quedándome en casa era algo de lo que sabía que me arrepentiría. Aquí os cuento cómo fue mi experiencia, mi ruta y cómo me sentí.
Lunes: Llegada a Lisboa
Mi vuelo de Málaga a Lisboa estaba planeado para llegar a la ciudad sobre las 17:00. La primera experiencia nueva del viaje fue llegar al alojamiento: un hostal. Sí, iba a compartir habitación con siete desconocidos. Lo elegí por economía. Aunque siempre había oído que Lisboa era barato, la verdad es que no encontré nada asequible en habitaciones privadas. Así que opté por dos noches en el Living Lounge Hostel.
Las instalaciones eran muy buenas, y una ubicación céntrica con metro al lado. El problema? No me sentí cómoda compartiendo habitación con tanta gente. Me incomodaba el ruido, tanto el que hacían ellos como el miedo a molestar yo. Volvería a repetir? No, pero porque es algo personal, pero al menos cumplió su función de lugar decente para dormir.
Después decidí cruzar en ferry a Almada. Compré una tarjeta de transporte y le cargué 10 €, lo que me sirvió para moverme durante toda la estancia.
Mi primer fail del viaje llegó al llegar a Almada: varios lugares que quería visitar estaban cerrados. Aunque no salió como esperaba, me di un paseo por la zona y terminé cenando en un restaurante local.

Martes: Un día recorriendo Lisboa
El día empezó temprano con el desayuno en el hostal, que estaba bastante bien. Un poco de sociabilización (el inglés fue imprescindible!) y me lancé a la calle. Mi primera parada fue la Plaza del Comercio, desde donde tomé un tranvía hacia la zona de Belém para comenzar la jornada.
Mi primera visita fue al Monasterio de los Jerónimos, aunque solo lo vi por fuera. Después caminé hasta la Torre de Belém, para la que ya tenía entrada comprada. El día era perfecto: buen clima pese a estar en la segunda semana de noviembre. Sin embargo, aquí llegó otro pequeño fail del viaje… dos horas de cola! Estuve a punto de tirar la toalla, pero aguanté. La torre en sí es preciosa, con su ubicación junto al río y el ambiente en la plaza lleno de vida. Mientras esperaba, un músico callejero tocaba canciones de Disney, lo cual hizo el momento mejor.

Cuando finalmente entré, me pareció bonita, pero no especialmente impactante. Es una torre vacía, y la espera no terminó de compensar, aunque entiendo que controlen el aforo para preservar la experiencia. La historia ya la había leído mientras hacía la cola, así que no me quedó mucho más por descubrir.
Seguí caminando por el barrio hasta llegar al Monumento a los Descubrimientos. Luego, busqué un lugar para comer y probé los famosos buñuelos de bacalao y quesito portugués, deliciosos.


Por la tarde, regresé al centro de Lisboa y me dirigí al barrio de Alfama. Este sí que me encantó. Tiene una energía especial, con su aire antiguo, calles empinadas, escaleras interminables y edificios decorados con azulejos que me encantan. Subí a los miradores de Santa Luzia y Portas do Sol, desde donde las vistas son espectaculares.


Luego continué hacia el Barrio Alto, lleno de vida y movimiento. Pasé por el Elevador de Santa Justa y, tras un largo día de exploración, decidí regresar al hostal. Compré algo ligero en una panadería, descansé pronto y me preparé para el día siguiente, el más esperado del viaje.
Aunque en Lisboa me faltaron cosas por ver, disfruté mucho la ciudad. Fue una experiencia agotadora pero bonita. Sin duda, volveré en otra ocasión con más tiempo y energía para descubrirla mejor.


Miércoles: Conociendo la magia de Sintra
Con toda la energía puesta para el día, tomé el tren directo de Lisboa a Sintra, que está a unos 40 minutos de distancia (y usé la misma tarjeta de transporte que compré el primer día). Qué ganas tenía de conocer esta ciudad! Como iba a Oporto después, llevé la maleta, la dejé en una tienda cerca de la estación (5€ por todo el día).


El día comenzó temprano, con un café para llevar y directos a caminar por la ciudad. Aunque hay buses directos a los castillos, preferí disfrutar del paseo a pie. Me dirigí al Palacio de Quinta da Regaleira, y ya desde el camino, pude notar que Sintra tiene una magia especial: casas pintorescas, todo tan verde, se respiraba paz y tranquilidad.
Llegué de las primeras y lo agradecí muchísimo. Evitar la masificación es un acierto. El palacio, los jardines, las vistas… me sentí como en una película de fantasía. Lo más impresionante fue el famoso Pozo Iniciático, con una escalera de caracol que pierde luz conforme desciendes, y al final, un sistema de túneles! Fue un momento tan mágico, pude desconectar de todo y realmente disfrutar.


Me sentía mucho más segura y tranquila viajando sola este día, lo cual hizo que Sintra se convirtiera en una experiencia única. Después de este palacio, decidí ir al Palacio Nacional da Pena. Google Maps me llevó por un camino que parecía un parque, pero resultó ser una ruta de senderismo. Cuando me di cuenta, estaba en medio de un bosque, vestida de blanco, literalmente era un completo meme! A pesar de todo, continué hasta el final y, al llegar, decidí pagar por los jardines, que también ofrecen vistas del palacio, tan colorido y todo tan bonito.


Regresé al centro de Sintra a comer algo. Me paré en un restaurante pequeño, Villa 6, y probé un filete con salsa de mostaza y huevo frito, acompañado de patatas. Los platos en Portugal son bastante abundantes. Después, continué paseando por la ciudad hasta que decidí parar a tomar un chocolate caliente.
Al final del día, recogí mi maleta y tomé el tren de regreso a Lisboa, donde me esperaba el autobús a Oporto. Un día top sin duda.
Jueves: Oporto descubriendo la ciudad


La noche anterior llegué tarde a mi apartamento en Vibran Porto Apartments, un piso privado, muy bien montado y cómodo. Tras descansar, mi día comenzó con la visita a la librería Lello, inspirada en J.K. Rowling. Aunque la librería es preciosa, la cantidad de personas hizo que no la disfrutara tanto como esperaba (otra razón más para mejor entrar a primera hora). Después, me dirigí a la Torre de los Clérigos, la estación de São Bento, y el barrio de Ribeira, donde me encantaron las calles empedradas y las fachadas coloridas.


Al llegar al paseo ribereño, busqué un buen sitio para comer y me senté en Muro do Bacalhau. Pedí un delicioso plato de cerdo con puré de castañas y sweet potatoes, acompañado de vino verde, madre mía, cómo lo disfruté. Luego, crucé el puente de Luis I hacia Vila Nova de Gaia, donde me detuve en una vinoteca, para probar el famoso vino dulce de Oporto.
Subí las escaleras hacia el mirador Jardim do Morro y, al final de la tarde, cuando el fresco ya se notaba, volví al apartamento. En el camino, me encontré con el asado de castañas más grande del mundo y pasé por el icónico Café Majestic. Fue un día lleno de experiencias, disfrutando de Oporto a mi propio ritmo.


Viernes: Adiós a Oporto
El último día en Oporto lo comencé visitando el Mercado de Bolhão, un lugar que rápidamente entendí por qué es tan famoso. Si vuelvo, sin duda me gustaría dedicarme a pararme y probar cada puestecito de sus comidas. Antes de ir al aeropuerto, busqué un restaurante donde probar la famosa Francesinha. Elegí Brassão Aliados, y el plato y el restaurante fue espectacular. Fue una gran despedida de la ciudad.


En cuanto a mi experiencia, me siento feliz de haber hecho este viaje. Aunque si viajo sola de nuevo, planearía todo de manera diferente, fue una gran oportunidad de aprender. También me he dado cuenta que los hostales no son lo mío. También que la gente de Portugal es increíblemente amable. Definitivamente volvería y repetiría ya que las tres ciudades que visité me encantaron.